"Decisiones"
Año 1410
Florencia
Cosimo Giovanni de Medici y Samuel
Crock.
Cara a cara. Uno al frente del otro. Y en
medio, una especie de objeto oval y plateado, abierto como si fueran los pétalos
de una flor en primavera. Entre aquellos gajos plateados, la gema más brillante
de toda la tierra “la dama azul”.
Sus oídos estaban pendientes de lo que pasaba
en la sala de estar: forcejos, insultos, golpes, y el ruido de los objetos al
romperse…
Mientras que los dos estaban
en silencio, arriba en la habitación que daba a la calle principal, se vivía
una lucha a muerte.
Samuel parpadeo. Se levanto cuidadosamente y se dirigió a la
puerta. Y atentamente y con sigilo la cerró hasta escuchar una especie de
“click”. Los ojos de Wilson, el pajarraco picaporte, se cerraron.
Samuel apoyado con las dos manos al madero del único acceso
a la sala, comenzó a pensar…
Cosimo estaba aterrado. Aun tenía
la gema en su mano y apunto de dejarla dentro de aquella especie de caja metálica
en forma de flor. Le costaba tragar, la garganta la tenia seca. Su vida estaba
en grabe peligro.
Los ruidos no cesaban.
Aquellos secuaces parecían
saber hacer su trabajo. Unos simples ladrones hubieran atentado a modo “relámpago”:
entrar, matar y salir cuanto antes. Pero aquellos asaltantes, no parecían estar
complacidos… aquellos gritos de dolor, era como el frío de la noche, se calaba
en los huesos.
Sin duda, a los hombres de
Cosimo los estaban torturando.
El, los escuchaba, aferrado a
su más valioso tesoro y casi sin sentir el peso de su brazo ya cansado. Los conocía,
pues no eran meros mozos de la calle, recogidos en una de esas esquinas donde
los huérfanos suelen pedir limosna: Como “Jona”, el mas grueso y corpulento de
todos, el hijo mayor de la cocinera, un pequeño rufián que de mayor quería ser
soldado. O “Carlos”, el huesudo Benjamin de su escolta, ágil como una pluma y
con cabeza, con mucha cabeza, un joven con una nobleza y lealtad impresionante,
al que encontró en una canasta en las orillas del río Arno, cerca del matadero.
Podía sentir como les cortaban los dedos a pesar de estar a varios metros de
distancia. Cosimo temblaba furiosamente, por que no podía hacer nada para
poderlo evitar. Su alma estaba congelada y no era por aquella humedad que se percibía
en el laboratorio de Samuel.
La mano del banquero, la que cogía la gema
azulada, comenzó por fin a temblar.
Samuel se la agarró. No era
fácil soportar todos esos gritos y mantener la compostura. El ingeniero, con
cierto grado de comprensión, quiso calmar a su viejo amigo.
En aquel momento, la mirada
de Cosimo fue fulminante.
.- ¡Redimios! (dijo Samuel) Y
encerrar vuestra condena en la caja para que nunca mas se pueda encontrar. Debéis
de comprender que no poseéis una simple
baratija de cientos de miles de florines, en vuestro destino esta deshacerse de
¡la joya del diablo!.
Cosimo respiraba con
dificultad. .- Eso no va a cambiar las cosas…. ¡Es el fin! Y No solo del mío… ¡vuestra
vida esta en juego!¿que pensáis que ocurrirá si ven este objeto aquí?
¡Ayer recibí noticias de un
sirviente al que le habían arrancado los ojos!. Lo conocía, estaba al servicio
de Baltasar. Samuel… ¡Se acabo.!
.- ¿Y quien ha dicho que
cuando entren vos y “la dama” estaréis aquí?. ¡Diablos! ¡Esta joya no debería
de existir!. No os lo quería decir, pero durante estos días en el mercado del
puente Vecchio no se hablaba de otra cosa. ¡Por el amor de dios! ¡Cosimo!
Incluso yo he podido apreciar extranjeros armados hasta los dientes en la
capital, y os aseguro que no son ni árabes, y ni mucho menos franceses.
(Insistia en voz baja). Redimíos, y olvidaos de “ella” ¡desapareced del mundo
por un tiempo, hasta que todo esto se calme!
Samuel miro a la efigie de la
pared. Una escultura femenina de bronce, representando algún tipo de deidad de
la antigua Grecia. Un sarcófago egipcio para los ojos del banquero florentino,
pero una segunda salida para Samuel en momentos difíciles.
.- ¡¿Pretendéis encerrarme?!
.- Creedme, viejo amigo “no
todas las cosas parecen ser lo que son”. ¡Confiad en mi!
Los dos miraron ahora el
objeto y la joya azulada.
La frente de Cosimo
lagrimaba. El no podía deshacerse de su joya. Pero si no lo hacia, aquellos mal
nacidos de arriba podían entrar en cualquier momento y acabar con su vida. Pero
si se iba ¿A dónde iría? Toda la Toscana lo perseguiría, mercenarios a sueldo,
grandes hombres de armas contratados por sultanes, reyes y emperadores de todo
el mundo. No existía un lugar seguro, ni villa que quisiera cobijarlo. No había
tiempo. Y tenía que tomar una decisión: Meterse en aquel tipo de féretro funerario
de oriente o morir en aquella cloaca a la que Samuel llamaba su laboratorio
personal.
Como ruedecillas de un reloj,
aquel objeto tras ser depositada la gema, los pétalos de metal se cerraron
lentamente hasta formar la perfecta silueta de un huevo plateado de un palmo y
cuatro dedos de altura. Sin ranuras. Un perfecto ensamblaje entre piezas,
formando un armazón de metal plateado
inexpugnable.
.- ¿Y ahora? (Dijo Cosimo,
sin sentirse aliviado)
.- ¡Huid! ¡Y llevaos esto al
infierno de donde proceda! (dijo Samuel, cogiendo el huevo de metal y
entregándoselo con fuerza a Cosimo, la inercia le llevo ante la presencia de
aquella hermosa efigie)
.- Señor! Abrid la puerta!
(se escucho desde el otro lado)
Entre golpes y porrazos, se
podía escuchar al bueno de “Wilson” parlotear .- Buenas noches mis lords. Han
de saber que para entrar, no es necesaria la violencia, accesorios importantes
podrían verse perjudicados….-
Los secuaces y brutos hombres
se quedaron parados al ver aquella especie de pajarraco metálico como picaporte
hablar y mover sus ojos.
.- ¿pero que es esto?
.- ¡Es brujería!
.- Calmaos…calmaos… podemos
solucionar esto como personas civilizadas” (Dijo Wilson)
Aquellos rudos y corpulentos
soldados armados hasta los dientes, estaban muy sorprendidos.
¡Aquello parecía obra del mismísimo
diablo!
.-…. Es por ello que me veo
obligado a comunicarles, con la cierta brevedad que se requiere en estos
precisos y valiosos momentos, que para acceder se precisan de un conjunto de
caracteres o símbolos comunes en su dialecto que pronunciando con armonía harán
que la ingeniosa cerradura se abra... (Dijo Wilson, educadamente a los
asaltantes que tenía en frente.)
Uno de los soldados, el de la
cara cortada, le mostró su espada de doble filo.- Los únicos caracteres que
conocemos son estas herramientas, demonio. Así que..!, !Abrid la puerta
engendro!
Al mismo tiempo, en la
habitación de Samuel…
.- ¡Apresuraos!
Cosimo se encontraba delante
de aquella estatua de bronce; una labor exquisitamente labrada, una tunica
esculpida minuciosamente y al máximo detalle, marcaba la perfecta silueta de
una mujer eróticamente vestida, tela que señalaba sus pechos y todas sus partes
como si formase parte de su piel metálica. De la misma estatura que una
doncella de 14 años y nada que envidiar a las obras que Roma exponía en sus
eventos privados. Tan solo y para que fuera un ser humano de verdad, le faltaba
que su pecho se inflase al respirar.
Samuel que estaba preparando
su escenografia para cuando entrarán los soldados, se acerco a Cosimo y le puso
la mano derecha en uno de los pechos de la efigie.
.- ¡Cuando os de la señal
ofrecerle un elogio a vuestra pareja…!.-
.- Un… un… ¿elogio?...
(Contesto Cosimo, con la ánfora de metal en su brazo izquierdo y su mano en la
teta de la estatua)
Cosimo estaba poniéndose más
nervioso de lo que estaba. Aquello no formaba parte de un plan esplendido, ni
por asomo. No era la forma que tenia de hacer las cosas y ni mucho menos
depender de una mujer metálica adherida a lo que parecía ser un sarcófago. El tenía
su propio plan ya preparado: Aquella misma noche, cuando salio de su palacio,
todo estaba previsto “desde el color de sus calzas hasta las alforjas de los
caballos”. ¡Por lo clavos de Cristo! ¡Que aquella especie de “Eva” casi desnuda!
¡Diablos! Que nunca formó parte del plan.
Y en aquel instante.- ¡Ahora!
(Dijo en voz baja, el sr Crock)
Cosimo, completamente
aturdido y nervioso, se acercó hasta llegar a la altura de aquellos labios
carnosos y metálicos. Cuanto más cerca, mas podía apreciar todos los detalles
de aquella magnifica obra de arte: su tocado en el pelo, muy parecido al
“tocado de las esculturas egipcias”, el mismo que las representaciones de las diosas del antiguo Egipto y en
especial a la diosa Matt, es decir con una cinta y una pluma de avestruz en la
cabeza.
En aquel momento, los
soldados golpeaban la puerta. El bueno de “Wilson” no paraba de quejarse….- “
caballeros…!oh! ¡no!, Cab…cab… ¡oh no! “ por favor… calmaos… a donde vamos a ir
a parar… ¿es que ya nadie respeta a los picaportes?
Cosimo, no lo comprendía.
¿Qué tenía que hacer exactamente?
Su posición era incomoda, no
tenia ningún sentido. Su mano en aquel pecho frío y sedoso, incluso podía
sentir el calor, como si estuviera cortejando a una jovencita en plena
madrugada, nerviosa, ansiosa e impaciente. ¿Qué estaba pasando? ¡Demonios! ¡Aquella especie de estatua de
metal parecía comportarse como un ser humano!.
El banquero florentino se
daba cuenta de los misterios que conciernen al cuerpo de una mujer, como si
fuera un joven monaguillo y con su inocencia intacta. Pero el contemplaba los
ojos de aquella diosa apagada en el tiempo, como dormida y esperando a ser
despertada tras un gran letargo. Rostro de cobre, facetas interesantes típicas
de Asia: ojos achinados, boca y nariz pequeña, una hermosa cara que parecía
transmitir cierto respeto, al igual que la hija de una reina.
El elogio, tardaba. Y ese
beso inocente, a Cosimo, se le hacia una de las pruebas mas duras de toda su
carrera…
Finalmente, los labios secos
y arrugados del banquero se juntaron con los de la diosa de cobre. Y entonces,
se hundieron hacia dentro activándose así un sistema o mecanismo que resonó por
toda la estatua de metal. Esta se abatió hacia adentro, como una compuerta
secreta y giratoria, llevándose consigo Cosimo a las inesperadas profundidades.
El banquero florentino, se
encontraba ahora, en el interior de una especie de caja y bajando por un canal
a toda velocidad.
.- ¡Aaaaaaaaaaaa! (Gritaba
con todas sus fuerzas)
Aferrado a su huevo plateado,
su tesoro mas preciado y en lo único en
que se podía agarrar. A toda prisa, Cosimo iba cruzando casas y aposentos del
barrio florentino. Baldosas y adoquines, temblaban al pasar por cada estancia
privada, como si de un pequeño temblor de tierra se tratara. Vigas de contención
de aquellos viejos apartamentos, polvearse y rociar pequeñas partículas de
polvo encima de inquilinos que estaban cenando.
En el interior de aquel
vehiculo con atracción de bajada y a pleno pulmón….- ¡aaaaaaaaaaaaaaaa!.-
En el exterior, un extraño
ruido por las paredes y los suelos junto con un diminuto y corto temblor de
tierra. Desapercibido para los que vivían en cada vivienda, pero intenso para
el Banquero, que durante un breve tiempo, sentía que se dirigía al abismo. Con
sus quejas y propias maldiciones que quedaban en su saliba y en su estomago, en
completa oscuridad, atravesando por un canal bajo tierra desde el laboratorio
de Samuel hasta el rio Arno, a una
velocidad impresionante.
Entonces, en un momento,
Cosimo sintió como su alma iba a salir por la boca al sentir como la gravedad
le había dejado sin suelo. La caja, salió propulsada por un agujero que
indicaba el final del trayecto, una especie de acantilado con una desapercibida
obertura en la roca. Aquel féretro de madera, por fin llego a su destino; el río
Arno. Una vez a flote y Cosimo completamente a oscuras, de debajo de aquel
cascarón salio un pequeño engranaje de dos placas en vertical, al contacto con
la corriente comenzó a girar con celeridad. Aquel pequeño molino, giraba cada
vez con mas fuerza hasta alcanzar la suficiente energía para activar aquella
sorpresa inesperada.
El banquero con los ojos fuertemente cerrados, comenzó a escuchar
ruidos sospechosos por toda la caja: como si cientos de ratas estuvieran devorando
las maderas. Nada que ver con la realidad, pues lo que parecían ser “roedores y
mordiscos” eran pequeños engranajes que se movían, pequeños mecanismos que
trabajaban en comunidad para que la obra mas sorprendente de ingeniería se
mostrase en plena noche: primero, las tapas se abrieron, abatiéndose a los
laterales, desde dentro una especie de tubo que se levantaba en medio y entre
las rodillas de Cosimo, desplegándose como lo haría un catalejo y hacia arriba,
trasformándose en un mástil…
Cosimo por fin abrió los
ojos, con desconfianza, precaución y cautela… El maravilloso escenario de la
noche con sus errantes luces, ofrecían el dulce saber del delicado e intenso
viaje. La brisa del este levantaba su poca melena.
Por el amor de dios! Que
aquella caja se había transformado en un pequeño cascarón! Un barco, con proa,
popa, quilla y velamen, cuya tela parecía engordar como la panza de un
cervecero por aquellos vientos alisios. El banquero, contemplaba a una ciudad
salpicada por multitud de puntos de luz, tranquila, apaciguada y completamente
adormecida. Nada que ver con la realidad que le cernía a cada uno de esos
habitantes. Ellos creían que sus regentes los estaban defendiendo de las
inclemencias del destino.
.- ¡Necios! (dijo en voz alta
y con su boca deformada por la amargura que le transmitía lo que el sabia.
Después escupió)
Cosimo navegaba a la deriva.
No le importaba la dirección de aquella embarcación. Aquel inesperado lapsus de
tiempo, le permitía pensar…
Solo los que están arriba de
una atalaya pueden vislumbrar el acecho de posibles asaltantes. En el ambiente
se podía sentir “los próximos años iban a ser muy duros”.
Este, abrazado al huevo de
plata, se lo acercaba mas a su pecho, como si alguien se lo quisiese arrebatar.
Con celos, avaro, y encorvadamente codicioso, como un niño pequeño con su más
valioso juguete, contemplaba con el vaivén del navío la majestuosa ciudad de
Florencia. Sus huesudos dedos apretando hacia si aquel regalo del destino. Su
mente comenzó a enfermar prematuramente, ideas descabelladas, conspiraciones
contra sus enemigos, y de que forma podía deshacerse de todo el mundo que le
rodeaba. Todo debía de hacerse como el trabajo y la labor de un profesional,
como las habilidades de un autentico artesano, cada pieza bien trabajada y
pulida para que toda la maquinaria funcionase a la perfección. Como el bote en
el que estaba. Como la sabia habilidad e ingenio de su buen amigo Samuel Crock.
Cosimo levantó su rostro de
su tesoro y mirando fijamente hacia delante, dibujo una sonrisa en su cara.